La escritura es esa otra voz que habita dentro
de nosotras, como una melodía de éxtasis, un lugar aparte de la existencia. Un
momento en el que anidas otro espacio, otro tiempo; de alguna manera sigues
siendo tú, pero vives través de otras vidas, sientes a través de otros cuerpos.
La imaginación es el vehículo ideal para este tipo de universos paralelos.
Es cierto que la escritura es placentera, que,
a través de la creación del cuento, la novela o el poema una puede alcanzar
estados alterados de conciencia. Desprenderse de lo que ha sido, de lo que le
ha pertenecido, para alcanzar más, siempre más de lo permitido. Aunque también,
en ocasiones, la escritura se usa para exorcizar momentos horribles de la
realidad propia, y otras tantas para dar voz a quienes les han silenciado para
siempre los ojos y la boca. Por eso es tan importante apropiarse de la palabra,
jugar con ella, saborearla, más allá de sus notas dulces, amargas o saladas.
Por eso las mujeres debemos reclamar de una vez y por todas, el uso abierto de
la escritura como reivindicación de ser nosotras, de crear nuevas historias.
Claro, no siempre es tan sencillo andar el
pergamino, cantar la vida a través del signo. A veces las letras se atoran, el
espíritu se bloquea, y una sólo tiene ganas de seguir sumida en el sueño del
silencio.
¿Cómo romper con eso?
Sólo sé que es un camino de individual
descubrimiento. No hay fórmulas únicas para deshacer los embrujos del lenguaje.
Los hechizos del secreto. A veces sólo es cuestión de recurrir a uno u otro
experimento.
El peor castigo para alguien que vive a través
de la escritura, es perderse en el limbo del verbo.
¿Cómo liberarse de la espesa nada que sella las
puertas de la mente creadora?
He apostado por acompañar la voz de la escritura
de las otras, de las hermanas que apenas despiertan a la promesa de la diosa. Y
es que a veces es más sencillo acompañar ese otro sigilo, que escucharse a una
misma.
Sigo sin escribir con regularidad, quizá por
miedo a perderme en un “ese otro momento”, y quedarme atrapada en la entonación
de un recuerdo horrible o desolado, como la niña del cuadro de aquella película
de brujas.
Sobrevivo atada a los dedos de las otras,
resonando en el clap clap de una
potencia ajena, que por ahora me resguarda del terror a la muerte propia.
Quizá este mutismo sólo obedece al terror del
mundo, a lo espeluznante del tiempo vivido. A la época voraz y confusa a la que
he pertenecido.
Quizá contemplé por mucho tiempo la luz de un
final que no era mío, y permanezco ciega ante las revelaciones de mi actual
destino. Posiblemente la muerte es un fulgor que desde la vida se observa
como la tiniebla; como continuidad que enajena.
O, a veces pienso que lo que observo aquí es
tan horroroso, que me asusta siquiera pensar en qué es lo que podría o debería
dejar por escrito.
Quizás he cambiado la escritura por la comida. Una acostumbra intentar tragarse el miedo, antes de que éste te devore y acabe contigo. Tal vez he cambiado la escritura por la carrera, es más fácil creer que se escapa, que afrontar el acto que encierra la hoja en blanco.
Quizás he cambiado la escritura por la comida. Una acostumbra intentar tragarse el miedo, antes de que éste te devore y acabe contigo. Tal vez he cambiado la escritura por la carrera, es más fácil creer que se escapa, que afrontar el acto que encierra la hoja en blanco.
Siento que la diosa, o la culpa, me arrancó la lengua
que atestigua el propio camino, me vendó los ojos, y ahora estoy a tientas descifrando
el mundo, recreándolo de nuevo, apoyada en otras manos, que, aunque son
distintas, me sirven de lienzo. Me pregunto si estoy apenas, una vez más, empezando.
Ya no sé cómo escapar de la afasia existencial.
Sólo espero que falte poco para salir de esta otra cueva, para lanzarme al
vacío que está repleto de grafemas.
Escribir es un acto valeroso, quizá suicida, es
como tirarse de un avión en llamas, sin paracaídas.
Mar.
Quise escribir lo que cuesta escribir y de ahí salió este lindo texto
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