domingo, noviembre 03, 2019

Diario de escritura


La escritura es esa otra voz que habita dentro de nosotras, como una melodía de éxtasis, un lugar aparte de la existencia. Un momento en el que anidas otro espacio, otro tiempo; de alguna manera sigues siendo tú, pero vives través de otras vidas, sientes a través de otros cuerpos. La imaginación es el vehículo ideal para este tipo de universos paralelos.

Es cierto que la escritura es placentera, que, a través de la creación del cuento, la novela o el poema una puede alcanzar estados alterados de conciencia. Desprenderse de lo que ha sido, de lo que le ha pertenecido, para alcanzar más, siempre más de lo permitido. Aunque también, en ocasiones, la escritura se usa para exorcizar momentos horribles de la realidad propia, y otras tantas para dar voz a quienes les han silenciado para siempre los ojos y la boca. Por eso es tan importante apropiarse de la palabra, jugar con ella, saborearla, más allá de sus notas dulces, amargas o saladas. Por eso las mujeres debemos reclamar de una vez y por todas, el uso abierto de la escritura como reivindicación de ser nosotras, de crear nuevas historias.
Claro, no siempre es tan sencillo andar el pergamino, cantar la vida a través del signo. A veces las letras se atoran, el espíritu se bloquea, y una sólo tiene ganas de seguir sumida en el sueño del silencio.
¿Cómo romper con eso?
Sólo sé que es un camino de individual descubrimiento. No hay fórmulas únicas para deshacer los embrujos del lenguaje. Los hechizos del secreto. A veces sólo es cuestión de recurrir a uno u otro experimento.
El peor castigo para alguien que vive a través de la escritura, es perderse en el limbo del verbo.
¿Cómo liberarse de la espesa nada que sella las puertas de la mente creadora?
He apostado por acompañar la voz de la escritura de las otras, de las hermanas que apenas despiertan a la promesa de la diosa. Y es que a veces es más sencillo acompañar ese otro sigilo, que escucharse a una misma.
Sigo sin escribir con regularidad, quizá por miedo a perderme en un “ese otro momento”, y quedarme atrapada en la entonación de un recuerdo horrible o desolado, como la niña del cuadro de aquella película de brujas.
Sobrevivo atada a los dedos de las otras, resonando en el clap clap de una potencia ajena, que por ahora me resguarda del terror a la muerte propia.
Quizá este mutismo sólo obedece al terror del mundo, a lo espeluznante del tiempo vivido. A la época voraz y confusa a la que he pertenecido.
Quizá contemplé por mucho tiempo la luz de un final que no era mío, y permanezco ciega ante las revelaciones de mi actual destino. Posiblemente la muerte es un fulgor que desde la vida se observa como la tiniebla; como continuidad que enajena.
O, a veces pienso que lo que observo aquí es tan horroroso, que me asusta siquiera pensar en qué es lo que podría o debería dejar por escrito. 
Quizás he cambiado la escritura por la comida. Una acostumbra intentar tragarse el miedo, antes de que éste te devore y acabe contigo. Tal vez he cambiado la escritura por la carrera, es más fácil creer que se escapa, que afrontar el acto que encierra la hoja en blanco.
Siento que la diosa, o la culpa, me arrancó la lengua que atestigua el propio camino, me vendó los ojos, y ahora estoy a tientas descifrando el mundo, recreándolo de nuevo, apoyada en otras manos, que, aunque son distintas, me sirven de lienzo. Me pregunto si estoy apenas, una vez más, empezando.
Ya no sé cómo escapar de la afasia existencial. Sólo espero que falte poco para salir de esta otra cueva, para lanzarme al vacío que está repleto de grafemas.

Escribir es un acto valeroso, quizá suicida, es como tirarse de un avión en llamas, sin paracaídas. 

Mar.

1 comentario:

  1. Quise escribir lo que cuesta escribir y de ahí salió este lindo texto

    ResponderEliminar

¡Gracias por visitar este espacio!