Me duele la vida, sin duda. Me duele y llena de
rabia la situación de este país feminicida. Me cala la impunidad, el desamparo,
la injusticia. Me aterra el sadismo de esta época. Y estas emociones no son
nuevas, perfectamente sé que gran parte de mi vida he convivido de cerca con
sentires como el miedo, la ira, la impotencia y el dolor por las injusticias. Desde
hace muchos años –más de los que quisiera- me duele la situación política,
social y económica de México, de la gente que es mi vecina, de mi familia; la mía
pues, y la de la mayoría de las personas que me rodean, lo que en cierta forma
también me moldea.
Existen días en los que sólo quiero huir al
país de las cobijas, encerrarme allí y no salir o tener contacto con el
exterior durante mucho tiempo; hay otros, en los que me siento llena de energía
y rebeldía, como para enfrentar todo lo que la vida implica, como para buscar
contagiar a otras personas con mi visión optimista.
Debo decir que en ambos tipos de “días” suelo –o solía con mayor rigurosidad-
encontrar refugio en la escritura.
Sí, frente a todas las crisis y los momentos
convulsos de la época, frente a las injustas consecuencias de la desigualdad
rapaz, de la misoginia que impera, de tanta crueldad y violencia, sólo puedo
refugiarme y responder con la escritura. Resistir a través de las letras.
Me he convencido: si no puedo darle consuelo a mi madre y padre, por la muerte de una de sus hijas; si no puedo salvar a mi otra hermana de su agresiva enfermedad degenerativa; si no pude evitar el desalojo de mi padre, si no puedo librarlo de la discriminación por su discapacidad; si no puedo apoyarles como quisiera, frente al generalizado desamparo laboral; si no puedo dejar de sentir pavor por la seguridad de las mujeres de mi familia; si no puedo reconfortar a mi amiga, que se quedó huérfana; tampoco a la que fue violada por su pareja; si no sé qué hacer frente a las mujeres que viven en las calles de mi colonia, en el abandono y la miseria; si no puedo librarme de todo lo que me provoca tanta maldad y tristeza, tanta desigualdad, tanta desdicha; si por más que me enfoque y trabaje en lo individual y lo colectivo, si por más que nos enfoquemos y trabajemos desde el feminismo, los cambios estructurales llegarán a su ritmo, jamás en el instante, y eso me indique que estas situaciones y emociones seguirán presentes en la vida que me toque; entonces me entrego y me aferro a la escritura, a la literatura. Es de lo más valioso que puedo darme, es de lo más valioso que puedo dar, y a veces es lo único que quiero y puedo recomendar.
¡Escribe! ¡Escribe! ¡Escribe! ¡Escribe!
¡Escribe! ¡Escribe! ¡Escribe! ¡Escribe!
¡Escribamos juntas!
Escribo porque la realidad a veces es demasiado
dolorosa, y también porque a veces la vida es de sobremanera hermosa.
Desde hace tres años, más o menos, dejé de
escribir “en forma”. Empezó durante la agonía de mi hermana, me alejé de la
escritura. No había tiempo, ni ganas. Recuerdo que durante esos meses que
parecieron siglos, en una ocasión lloré frente a mis hermanas porque no tenía
espacio y tiempo para escribir, ¡qué tontería! Ahora sé que lo que me dolía en verdad
era ese vuelco de la vida, esa tortura hacia Claudia, ese dolor inmenso de
mi familia. La realidad se imponía, y traía consigo la muerte. Y yo sólo quería
sujetarme a lo único que había sobrevivido siempre ante cualquier angustia, la
escritura.
Claudia murió, y yo me arrepentí inmensamente, dolorosamente, porque en los últimos días de mi hermana, yo lloré porque aquella pesadilla me rebasaba y no podía escribir. Así que después de su partida, de su viaje sin regreso, quise arrancar de mis días a la única alegría, lo único placentero que había sido constante en mi vida depresiva. Dejé de escribir.
Claudia murió, y yo me arrepentí inmensamente, dolorosamente, porque en los últimos días de mi hermana, yo lloré porque aquella pesadilla me rebasaba y no podía escribir. Así que después de su partida, de su viaje sin regreso, quise arrancar de mis días a la única alegría, lo único placentero que había sido constante en mi vida depresiva. Dejé de escribir.
Me costó perdonarme, me costó reencontrarme. Se
me dificulta día a día olvidar al cáncer terrorista, dejar atrás las
irrupciones nocturnas, los miedos, los resentimientos; no ha sido fácil, pero
poco a poco he podido reconciliarme con la escritura; conmigo.
Debo reconocer que pude regresar a andar la
escritura, como forma de vida, a partir de perdonarme, a partir de aceptar la
ausencia. Y también, de compartirme con otras mujeres, de permitirme
tejer redes.
Desde hace un año y medio me propuse, de lleno,
dedicarme a dar talleres de escritura (desde diferentes aristas), abrir círculos
literarios de mujeres. A acompañar a otras en sus procesos escriturales. Eso
también me ayudó a regresar. He acompañado a otras mujeres en sus facetas
creativas, desde la escritura, y he visto cómo también para ellas ha sido una
forma de sanar y fortalecerse.
He cavilado un rato en esto, y caí en cuenta de
que, en este tiempo, entre talleres, círculos y charlas, he abordado el tema de
la escritura al menos con setenta mujeres, de diversas edades y contextos,
profesiones. Cuando me encuentro en estos espacios, una de las primeras cosas
que quiero saber de las asistentes es su relación con la escritura; si
escriben o no, por qué, cómo, desde cuándo, qué tanto, cada cuánto, qué
desean de la literatura, etc. Han sido muy interesantes e importantes sus respuestas.
He conocido a muchas otras que nunca antes
habían escrito, y que luego logran encontrar un verdadero placer en este
ejercicio lúdico y reflexivo. Eso me llena de dicha, debo decirlo.
Otras mujeres, que son la mayoría, escribieron
en un tiempo de su vida, lo disfrutaron, pero que simplemente dejaron de
hacerlo por diferentes motivos, por la vida misma.
Sólo he conocido a una mujer que, después de un
gran duelo, abandonó la escritura por un largo tiempo. Otras más que después de
rupturas amorosas, de salir de relaciones violentas y tóxicas también sufren
un bloqueo; y comentan que quizá en este caso tiene más que ver con la falta de
autoconfianza y autoestima. Aquí la privación de la escritura también puede ser
una especie de autocastigo.
Y bueno, la mayoría expone sus "bloqueos" creativos como consecuencia de la falta de tiempo, de tiempo a solas, de
espacio; de la saturación de actividades: escolares, extraescolares, sociales, domésticas,
de cuidados, profesionales, etc. O a consecuencia
del cansancio de todo lo anterior y sin horarios.
¿Qué les parece? ¿Qué es eso que a ustedes les impide escribir, que pausa su andar en la escritura creativa?
¿Cómo tendemos un puente entre la honda ausencia y la necesidad creativa?
Aún busco la respuesta...
¿Cómo tendemos un puente entre la honda ausencia y la necesidad creativa?
Aún busco la respuesta...
Y, bueno, fuera de los talleres y círculos,
cuando la mayoría de las mujeres que me presentan se enteran a qué me dedico,
es curioso, bien diría que el noventa por ciento lanza frases como: “me encanta
escribir, pero hace mucho que no lo hago” “Ay, yo siempre quise ser escritora”,
“quisiera retomar la escritura”, “extraño tanto escribir”, etc. Y, como a mí me
interesa mucho saber por qué algunas mujeres abandonan la escritura, cómo se
sienten cuando lo hacen, siempre pregunto qué esperan para volver a escribir,
por qué no lo hacen, desde cuándo no lo hacen, y por qué lo dejaron de hacer. Las
respuestas suelen ser muy parecidas, la falta de tiempo predomina.
¿Qué es el tiempo? ¿En qué lo invertimos? ¿Con quién
lo compartimos? ¿Cómo se mide nuestro tiempo? ¿Cómo encontrar el tiempo para relación con la escritura? ¿Cómo empezar de nuevo? ¿Cómo sanar a través de la palabra escrita?
Después de pensar en todo esto, y con ganas de
explorar más allá en estos temas, decidí preguntarles a otras escritoras con
bloqueo prolongado. En la próxima página de Diario de escritura les
compartiré algunas reflexiones sobre lo que dijeron éstas brillantes mujeres, los procesos creativos y otras tantas cuestiones existenciales.
Pintura: Mimetismo, de Remedios Varo.
Mar.
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