Junio de 2018, Ciudad de
México
Querida Kolontay:
No había escrito, quizá más por falta de valor que de
tiempo; cuando un tema me parece difícil de emprender, intuyo que en el fondo
está el temor de que ese tiempo de escritura me engulla completa; me devore
ouroboros. Por eso la procrastinación, ¿a quién no le cuesta trabajo hurgar en
lo más oscuro de su pantano emocional?
Cuál será entonces ese tesoro que resguarda mi ser serpentiforme
del momento. De qué debe hablar esta segunda carta que tanto esperó, quizá
sobre esa pasión que mencionas en el pasaje II del primer capítulo de tu libro
LA MUJER NUEVA Y LA MORAL SEXUAL, sobre esa tragedia que acaecía sólo a la
mujer del viejo tipo: LOS CELOS.
“Los celos son el sentimiento que origina todas las
tragedias del alma femenina”, nos dices, y pienso en una definición de la
palabra “celos” para poder dialogar con tu sentencia, ¿podríamos decir que es
el reflejo del miedo a perder algo que creemos nuestro, o a lo que creemos
pertenecer? Sí, puedo imaginar que es temor a sentirnos abandonadas,
despojadas, privadas de “eso” que es el “AMOR” para nosotras. Y entonces entiendo
que nos dices que a lo largo de la Historia, esos sentires que dominan y
perturban el entendimiento, han sido mayormente atribuidos a nosotras las
mujeres, por el rol que hemos jugado frente a la figura del varón, y del amor
romántico.
Cuando tú dices que los celos, la desconfianza y la absurda
“venganza femenina” son algo que define a la mujer del tipo antiguo, entiendo
que te refieres a esa mujer que sigue dependiendo de sus sentimientos, que el
amor siempre se vuelve el centro de su vida, que sigue siendo arrastrada por
esa necesidad ardorosa hacia las relaciones amorosas, y que expresa
horrorosamente sus celos, que rivaliza. Que vive con miedo de “perder” al otro.
Señalas que cuando las mujeres sentimos celos, sale a la
luz una de las cualidades más bajas, la de “esclava”. Esclavas del ideal de
amor.
Cuando nos hablas de las características que definían a las
mujeres de tu tiempo, y mencionas esa pasión tan oscura y tan humana, admito
que puedo sentirme reflejada. Una vez más esos cien años que separan nuestros
pensamientos, se diluyen, me eres espejo.
Yo misma puedo ser el ejemplo, podría sin duda compartir
muchas experiencias propias y ajenas, porque reconozco que a pesar de haber
nacido de la Mujer nueva, de estar rodeada de Mujeres célibes, ese monstruo
sediento de voluntad que son los celos, alguna vez me ha usado como capa .
¿Quién no ha sentido celos? ¿Quién no se identifica con esos bajos
sentimientos? ¿Cómo los transformamos?
“Las mujeres del tipo nuevo no presentan la reivindicación
de la propiedad de su amor”, nos cuentas, porque así como exigen el respeto a
la libertad de sentimientos, aprenden a admitir esa misma libertad en los demás.
Nos dices que las mujeres nuevas ven a sus rivales con comprensión, con empatía
y complicidad. Nos dices que incluso después de cualquier traición, las mujeres
célibes reafirman la amistad con las rivales, salen de esa relación, se hacen
cargo de sus sentimientos y encuentran el equilibrio.
¿Quién no ha sido engañada? ¿Quién no ha descubierto que le
mienten y ha sentido que se le acaba el mundo? ¿Quién no ha aprendido a salir
de esa situación de duelo? Pero ¿cuál ha sido su actitud hacia esa tercera
persona?
Quizá muchas de las que estamos leyéndote hemos dependido
de las relaciones románticas en algún momento de nuestra vida, quizás en este
momento lo están haciendo. O quizá muchas viven las relaciones de manera más
libre, honesta. Quizá hemos logrado simpatizar con alguna rival, sentir
simpatía por la otra.
Sabes, regresando a la experiencia de los celos, puedo
decir que la mía es amplia, y en su tiempo fue tormentosa; por eso, los celos
son un tema del cual hace tiempo comencé a hacerme cargo, porque me di cuenta
de que quería vivir el amor de otra manera; busco que la mujer-individualidad
supla siempre a la celosa. Y no es fácil, supongo que lo sabes. Crecer no es asunto
baladí.
Cuando empecé con este proceso, cuando hice consciencia, lo
primero que me pregunté fue si yo siempre fui una “mujer celosa”. Me di cuenta
de que tengo borrada gran parte de la vida pasada. Pero lo que sí puedo decir
es que, seguramente, antes de verme inmiscuida en los menesteres del amor y la
calentura, fui niña y luego puberta, y que quizá antes de empezar a juzgar como
tal nuestro “ser celosa”, deberíamos echarle una mirada crítica a la forma en
la que aprendimos el amor, al ejemplo que tuvimos de relaciones amorosas, a lo
que hemos vivido; ¿qué papel jugaban allí los celos?
En mi caso, de niña lo único que presencié en mi entorno, como
“modelos” de las relaciones de pareja, fueron relaciones amorosas en las que se
jugaba un juego muy cruel, y lo peor es que aquello parecía un destino
ineludible.
Se trataba de que los “maridos”, los señores, ellos, los
hombres, tenían “amantes”, “detallitos”, “amigas”, y toda clase de relaciones
cosificadoras, machas; mientras que ellas, las mamás, tenían dos vías de
acción: “hacerse de la vista gorda” o perseguirlos en la casa o fuera de ella,
metafórica o literalmente, para descubrir cada una de sus traiciones; y luego,
después de “cacharlos en la movida”, muchas de esas veces no saber qué hacer,
terminar “perdonando”.
Claro que ellas iban a estar celosas si esas eran las
historias que prevalecían, claro que se iban a ver como rivales entre muchas de
ellas. Porque eran mujeres entre la espada y la pared; por un lado crecían
creyendo que su única forma de realizarse es a través del matrimonio y los
hijos, y al verse traicionadas, en cuando intentan por dignidad pensar en
separarse, rápidamente les llega el miedo a ser abandonadas, a quedarse para
siempre sin poder ser una mujer realizada, sin saber cómo vivir o de qué.
Recuerdo que como niña aquello me preocupaba, me producía
coraje. Porque por un lado veías las escenas de ellas: lágrimas, sufrimiento,
desesperación, agresión; y de ellos: indiferencia, burla, ira, orgullo.
Presenciábamos traiciones, celos y reclamos, en la vida real y en las
telenovelas; además entendíamos que para la mayoría aquello era su destino, así
lo asumían ellas. Imaginen el mensaje para nosotras como mujeres miniatura. Y
aunque sabía que no debía meterme en asuntos de adultos, aquello me parecía
totalmente injusto. Y aunque de pequeña no me recuerdo pensando que eso me
pasaría a mí, claro que me recuerdo de adolescente en mis relaciones amorosas,
y muchas veces repetí las escenas de ellas.
¿Qué idea del amor puede germinar en nosotras después de
vivir en ese contexto con las que quizá muchas se identifican en México?
Cuando tuve mi primera relación, recuerdo que me engañó, lo
encontré besándose con otra chica de la escuela. En la segunda relación fui yo
“por la que cambiaron a otra”, aunque no tenía idea de que ese chamaco tenía
novia. Y así, puedo decir que de allí entré en una vorágine de relaciones tóxicas con hombres que habían presenciado lo mismo que yo, y entonces jugaban el rol
de ser los varones infieles. Y claro, además respaldados por un sistema patriarcal que siempre les está diciendo a ellos que pueden y deben
hacerlo, que tener muchas mujeres les hace ser "hombres exitosos o verdaderos"; que las mujeres somos como objetos coleccionables, reemplazables o desechables.
Mientras que para muchas de nosotras el mensaje fue al
revés. Todo nos ha dicho que el amor nos completa, nos complementa, nos vuelve
vida, nos renueva, nos salva; nos realiza. Nos dicen que el amor es todo, que
lo importante es gustar y que te quieran. Estamos como programadas para una
búsqueda y una lucha por y en el amor. Así que claro que van a aparecer los
celos, ese gran miedo de “perderlo todo” si ellos se iban con otras, tengas la
edad que tengas.
¿Cómo ponerle fin a esos dramas tan rancios? Yo diría que,
para empezar, con decisión y plena conciencia.
Porque afortunadamente un día despiertas (quizás después de
un proceso largo o corto, con la ayuda de una amiga, una experiencia a solas o
con libros), tomas conciencia de esta estructura patriarcal, de los ideales de
amor aprendidos, asignados, dañinos; de los roles de género, los mandatos
sociales, y vas logrando domar a la fiera que son los celos; vas frenando la
dependencia al amor, el miedo a estar sola; y comienzas un viaje en ti misma,
te haces cargo de tu existencia. Entiendes que el único compromiso real es
contigo.
Y sí, acepto que siempre se puede “recaer”, pero no es para
flagelarse, la deconstrucción es algo que se trabaja día a día. Una vez que una
se da el tiempo para reflexionar respecto a las formas en las que socializa, en
las que se relaciona erótica y afectivamente, es allí cuando asume una mirada
crítica hacia las propias relaciones y las personas. Y va evitando relaciones
dañinas. Comienzas a crear y creer en lo trascendental de la vida.
Mujeres como tú, Alexandra, son grandes aliadas más allá de
la Historia, nos ayudan a salvarnos de las garras de esa bestia que son las
emociones asignadas, porque aunque esta despierte y flamee, ustedes a través
del Feminismo y las letras nos han enseñado a no sentirnos culpables y auto flagelarnos,
sino más bien a reflexionar en serio, buscar entender el entramado que me lleva
a estar en dicha dinámica o relación, desmontar el dañino ideal del amor
–salvación-posesión.
Por eso es importante leerte, conversar contigo, porque
cuestionas el amor, cuestionas cómo se vive, cuál el papel de la mujer en su
sociedad, qué estamos creando como mujer individualidad. Nos enseñas que se requiere autodisciplina
para vencer los sentimientos que nos ahogan. Y además de disciplina, un
inventario de expectativas y deseos, un restablecimiento de criterio. Una visión revolucionaria del amor.
¡Gracias!
Me
despido con un beso fraternal.
Marisabel
M. G.
Mar
Mar.
Llegué a este blog porque una amifa de facebook lo compartió. Que bonito poder leer otra versión real y humana del amor.
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